Una de las frases que más "gracia" me hacen es cuando alguien le dice a otra persona... "me das envidia sana...".
En ese preciso instante, es como si debajo de la persona salieran unos subtítulos de traducción simultánea echando por tierra las palabras y reputación del "envidioso sano", fruto quizás de la enfermiza imaginación del oyente y haciéndome recapacitar sobre si realmente existe o no la envidia sana, o por contra... la envidia solamente puede ser "cochina".
Entiendo que alguien pueda "alegrarse por la otra persona"... pero ¿"envidia sana"? Es como si te dijeran, "te odio dulcemente"... Señores, que la envidia está recogida como pecado capital por la Santa Católica y Apostólica Inglesia Romana (entre otras...), que estamos hablando de algo serio que no ha de ser tomado a la ligera... hablemos con propiedad, por favor... ;)
Si se lo dijeran al magnífico protagonista de The big bang theory, Sheldon Cooper, con síndrome de Asperger, seguro que se "cortociruitaría mentalmente" ipso facto ante tan magna incongruencia :)
Bromas aparte, sabemos que es una forma de hablar... una sobrecarga semántica del lenguaje que entendemos por el contexto (y según quien nos lo diga claro...), pero no deja de ser una muestra de lo paradójicos, complejos, ambiguos (y envidiosos...) que podemos llegar a ser.
Yo, personalmente, prefiero que se "alegren por mi" (están mostrando empatía) a que me "envidien sanamente", porque aunque sea todo muy sano, no sé... siempre puede parecer que corremos el riesgo de vernos en una trama similar a la que se narra en esa gran película que es Seven.
En cualquier caso parece claro que lo ideal sería que nunca sintiéramos envida de ningún tipo por nada, ni por nadie, máxime cuando la primera víctima de la envida, es el propio envidioso (agréguese a discreción adjetivo escatológico si se estima oportuno...). Esto último solamente se puede conseguir cuando aprendemos a valorar lo que tenemos y dejamos de fijarnos en lo que añoramos o anhelamos con excesivo interés.
Por desgracia, aprendemos rápidamente a valorar las cosas cuando dejamos de tenerlas (sobre todo si las perdemos o nos las quitan...), y rara vez valoramos las cosas en su justa medida. Lo que no tenemos suele ser valiosísimo, y lo que tenemos no parece valer tanto... acostumbrados ya a ello y perdida la efímera ilusión inicial por las cosas; sesación ésta última avivada por esta sociedad consumista en la que nos toca vivir y que al final se suele tornar en hastío y/o aburrimiento crónico.
Como dijo Agustín de Hipona (AKA San Agustín):
"No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita"